Antes de que las civilizaciones dominaran el arte de forjar el acero, el hierro meteórico era uno de los metales más duros conocidos y el mejor elemento para fabricar armas. Los egipcios valoraban más el hierro meteórico que el oro; el rey Tutankamón fue enterrado con varias dagas de oro, pero únicamente con una de hierro. El hierro meteórico tiene un alto contenido de carbono, que era difícil de duplicar, incluso en la época de los nórdicos. Como tal, un arma fabricada con hierro meteórico cuya hoja no se doblara durante un periodo prolongado se consideraba mágica. Las sagas nórdicas hablan de un guerrero que enderezaba la hoja de su espada con el pie, lo que sugiere que el hierro que utilizaban los nórdicos era de pobre calidad.